La delgada línea roja

Nos acostumbramos a incluir a las víctimas infantiles en nuestro mapa de catástrofes diario con facilidad. Repintar la línea roja de vez en cuando nos devuelve a lado correcto.

Víctimas infantiles

Podríamos llamarlos «daños colaterales de menos de 1,50″, DACOM15» o «efectos incómodos las guerras que montamos, EIGM». Lo de las siglas ayuda mucho, ya ven. El caso es que siguen siendo la primera línea ante la violencia en contextos con los que convivimos con la misma tranquilidad con la que preparamos las fallas para septiembre.

Esta semana una persona ha puesto una bomba en un colegio de niñas en Afganistán. Han muerto 85, por ahora. Además, el jueves nos despertamos con que 31 niños y niñas han muerto en Gaza bajo las bombas lanzadas por un ejército que tiene la capacidad de acertarle a un grillo a 500 kilómetros de distancia gracias a un despliegue tecnológico y de información apabullante. También se ha cumplido un año del ataque a la maternidad de Médicos Sin Fronteras Dasht-e-Barchi en Kabul, donde fueron asesinadas 24 personas incluidas 16 mujeres de parto, 5 recién nacidos, una matrona y dos niños que habían ido a vacunarse. Demasiado lejos quizá para sentir nada.

A los que leemos las noticias desde la distancia, la que hay más la que ponemos, se nos pone mal cuerpo. Y le damos una respuesta emocional. Lo juzgamos como barbaridad u obra del maligno y a las páginas de deporte. Pero no es ni una cosa ni la otra, pero nos impresiona de manera que nos negamos a atribuirle planificación, organización y profesionalidad, incluso esmerada formación. Pero no hay un ápice de improvisación en estas acciones. Ni casualidad. No se mata a 40 o 50 personas sin tener claro por y para qué, lo que se pretende crear o destruir, el daño y sus réditos consignados, sin tener el terror bien calculado.

No es maldad

Nos resulta tan asqueroso reconocer que somos capaces de organizar una matanza infantil con precisión que nos quedamos con lo emocional, en el rechazo y la negación. Algún día sumaremos los minutos de silencio y veremos que hemos perdido el tiempo de varias vidas para resolver problemas. Incluso de forma frecuente nos escurrimos al léxico de la locura para calificar acciones que nada tienen nada que ver con ella. Recuerdo las palabras del psiquiatra Dr. Calvillo: «lo que realmente acojona de los nazis es que hubo un trabajo concienzudo, planificado, multitudinario y atroz, y ni pizca de locura»

El uso de objetivos civiles en las guerras y conflictos es tan viejo como estos, ni Ginebra en convención o sola han conseguido eliminarlos. En los sitios finos como nuestra casa estas cosas no pasan, no se puede comparar. Aquí tenemos otras cositas, pues no está previsto lo de bombardear, que no queda bien ir al gimnasio por la mañana y aniquilar a la hora del café.

Así, un día, sin que parezca una consigna, alguien lanza un bulo sobre los niños y niñas que llegan aquí sin padres y sin nada. Se construye un relato de miles con palabras como peligrosos, delincuentes, agresivos…Se deja de decir niños y se dice MENA, que para la mayoría no significa nada. Hacen campañas y carteles. Los que hacen el eco habitual a lo que no parecía una consigna, con la excusa de informar, usan las mismas imágenes y palabras que quien puso a rodar la pelota.

No hay bombas, por supuesto, pero hay víctimas, de la misma edad y vulnerabilidad. Niños y niñas que tienen problemas, probablemente muchos y complejos de manejar, pero que, en este caso, solo son víctimas de una acción calculada para conseguir otro objetivo que nada tiene que ver con ellos.

Normalizar el uso de menores como víctimas en los conflictos es bajar un escalón en la barbarización. No le demos a sus promotores el beneficio de la ignorancia o de la estupidez, ni siquiera el de la simple maldad. Es peor. Es un delicado, planificado y bien financiado trabajo, con el objetivo, como siempre, de ganar una guerra.

Firma del Post:

-Rafael Sotoca. Médico de familia y activista sanitario. Fue director general de asistencia sanitaria de la Comunidad Valenciana.

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